La flora intestinal es una comunidad dinámica, con un recambio rápido (aproximadamente de 24 horas) y su alimento principal es la fibra.
La fibra, procedente principalmente de la dieta, y concretamente de vegetales y granos, tiene un efecto nutricional muy pobre para el cuerpo, pero puede ser fermentada por las bacterias intestinales, dando como resultado principal los denominados ácidos grasos de cadena corta (SCFAs, del inglés Short Chain Fatty Acids). Entre los representantes de este grupo se encuentran el acetato, el butirato y el propionato.
A diferencia de la fibra, estos metabolitos pueden ser absorbidos por el epitelio gastrointestinal y pasar a través de la vena porta hacia el hígado, principal órgano del metabolismo. Allí pueden ejercer, entre otros, un efecto sobre el sistema inmunitario.
De hecho, se ha descrito que los SCFAs pueden influir en la secreción de mucus gástrico, de anticuerpos IgA, de citoquinas y otras moléculas inmunomoduladoras, además de modular la activación de células T reguladoras (Treg), lo que favorece la tolerancia en el intestino.
También son conocidos por sus efectos antiinflamatorios, mediados por receptores acoplados a proteínas G (GPCRs, del inglés G protein-coupled receptors), e incluso se ha descrito que podrían proteger al huésped frente a infecciones.
Los SCFAs influyen asimismo en el mantenimiento de la integridad del epitelio intestinal. Alteraciones en la barrera intestinal dejan vía libre al paso de antígenos de la dieta, así como al de microorganismos potencialmente patógenos, desde el lumen intestinal hacia los tejidos, dónde pueden activar células autorreactivas.
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Dr Juan A Cruz Velarde
Neurólogo
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